Artes de Entrenamiento...

- - - - - " En la actualidad Respuesta Existencial, es una propuesta de acompañamiento desde la logoterapia, en forma personalizada para descubrir tu sentido vital. La educación de la Conciencia, a través de la Acción, es un proceso que sostenemos para pequeños grupos, en ámbitos educativos, o laborales. En cada acción, ofrecemos una respuesta al mundo. Somos llamados a responder desde nuestra existencia. La práctica engendra el autoconocimiento y el desarrollo del liderazgo. Promovemos una sociedad sin espíritu de provecho, basada en la “Sabiduría de la no dualidad”....Armónica, ética, íntegra y comprometida con la comunidad global." - - - - -

martes, 29 de enero de 2013

La quietud de los ojos abiertos...

Todo el que ha crecido a la orilla del mar o en las montañas no podrá nunca olvidar las imágenes de los viejos pescadores, que, al acabar su trabajo se dejan caer inmutables y aletargados en la gran naturaleza o se funden con el ritmo de las olas o con las montañas, convertidas en olas de la tierra. Parecen unirse y quedar compenetrados con el hálito vital de todo. Así es como debe entenderse a los japoneses, cuando están sentados horas y horas, mirando a la naturaleza hasta perderse en ella. No debe olvidarse que la contemplación mística llega en el más alto grado del ejercicio, tal y como lo ejercita el monje Zen, con los ojos abiertos. ¡Qué sería de la quietud del alma, si dependiera del hecho de no ver más el mundo! Solamente el ejercicio, que vence el antagonismo entre el yo y el mundo, viviéndolo hasta su término, puede llevar a la armonía, manifestándola en la vida activa.
La mirada del pescador
Todos hemos vivido, de alguna manera estas experiencias: Cuando dábamos un paseo por la noche, ese momento, cuando, en el que hemos sentido de muy distinta manera la tranquilidad a nuestro alrededor, al vernos asustados de repente por el grito de un pájaro. La tranquilidad comienza a hablar por sí misma; deja de ser la nada y se convierte en el lenguaje de la vida más enérgica y concentrada. Lo mismo podemos experimentar, cuando el leve ruido de la rama, que rompe el ciervo a su paso, llena de repente con la multivariada vida del bosque la tranquilidad, de la que surge ese leve sonido. O también, cuando gozamos en el campo de la tranquilidad del mediodía, mirando a lo lejos en un día soleado y sin viento, y nos llega inesperadamente desde la lejanía el sonido de una campana...
De pronto, toda la vida encerrada en esa nueva tranquilidad resuena silenciosamente!!. Todo esto sólo son sonidos pasajeros. En ellos se experimenta el sonido japonés de la cultura de la quietud, cuando ésta se ejercita en lo objetivo. Se trata de ver, mejor dicho, de “percibir” la vida en sus formas aparentes de tal manera que llegue al ser interior a través de las formas del “fondo indivisible”, en el que residen todas las formas con la raíz de su naturaleza. La cultura de la quietud, que nos manifiesta el primitivo lenguaje del mundo objetivo, se inicia y constituye fundamentalmente al formar, ver u oír las cosas, imágenes y situaciones de tal modo que el movimiento del espíritu no se entretenga en ellas, sino que llegue a través de ellas al fondo vital, del que provienen y que sólo pueden articular. El ejemplo más sencillo y sin duda más conocido es la tetera que zumbaba. Este”zumbido” del éxito con el ejercicio no sólo aparece en la ceremonia del té (“Sadoo”), sino también en cualquier momento de la vida cotidiana. Cuando se oye adecuadamente, surge de él una quietud peculiar. Hay algo muy distinto en ello y eso es lo que busca el japonés. Hay algo especial que nos habla.
A veces se oye que el zumbido del té le recuerda al japonés el susurro de los pinos salvajes en la soledad de las altitudes. Pero no es en sí del susurro de los pinos de lo que tratamos aquí, sino de la quietud, que nace del murmullo de los pinos salvajes.
Tropezamos aquí con una de las paradojas tan numerosas en la vida del espíritu japonés, cuando se trata de levantar una vez más el velo, con el que tiene cubierta el yo la marcha de la vida. El sentido del “espíritu”, que a la manera de ser japonesa debe entenderse “cercano a la vida”, consiste en hacer palpable ese reino, que está más allá de todas las formas, encerrándolas todas en sí mismo. Esto se consigue a través de la peculiaridad de cada una de las formas que ese mismo reino crea; un reino, que en su unidad indivisible no es otro que el reino de la quietud. Todo lo demás es inmadurez y estancamiento en una apariencia bonita, que oculta la verdadera vida.

La tranquilidad en la obra consumada de Emilio Ambasz
  • La tranquilidad. En este punto y en el plano del espíritu, existe una diferencia muy clara con el europeo. La quietud que el espíritu transmite al europeo proviene de la tranquilidad, que le procura el placer de una obra realizada por el espíritu y de su participación en su realización y culminación; es la tranquilidad de contacto con el sentido, elevado por encima de todo tiempo y lugar, que brota sin interferencias de la forma perfecta. La obra de arte concluida descansa totalmente en sí misma, “lo bello resplandece en sí mismo” –como dice Mörike-. Lo divino se refleja, autosatisfaciéndose a sí misma, en el bello resplandor de las formas creadas por el espíritu y en el orden armonioso de un todo completo. Un sentido intemporal nos eleva por encima del ámbito de nuestra existencia, al contemplar u oír semejante culminación. Nuestro desasosiego se calma y todos nuestros esfuerzos se serenan en la obra acabada; nos sentimos dichosos con la plenitud y quedamos totalmente tranquilos.
  • La quietud. El espíritu y quietud japoneses, por el contrario, no nos elevan por encima de nuestra existencia, sino que más bien introducen en sus “raíces”. El japonés no busca la “forma válida” en sí, ni tampoco la culminación o armonía de conjunto de su obra maestra, sino que busca algo sin forma, sin imagen, algo que centellea a través de las formas repletas de sentido y llena de resonancias la razón común y primitiva de nuestra vida. Valora tanto más a una forma, cuanto menos aprisiona y encadena al hombre y más lo conduce a un estado de ánimo, en el que percibe la gran armonía, libre de cualquier forma. La forma tiene valor en la medida, en que su idioma particular alumbra el “gran uno” y permite al hombre entroncarse con la causa primitiva con una fuerza mágica. La “obra maestra” consiste en sentir el gran uno, que tiene su razón de ser más allá de las formas, surgidas de él mismo y al que todas vuelven de nuevo y que, al mismo tiempo, es el todo de todas las fuerzas en uno.
La cultura de la quietud, libre de toda forma
Sensibilizar la vida por medio de la paradoja del espíritu es un método que impregna todas las artes y tiene su forma máxima en los aforismos (“Koan”) sin sentido, que el maestro Zen transmite a su discípulo, para que éste despierte a la vida profunda, cuando falle lo racional. Está, por ejemplo, el baile. El arte de bailar aparece a nuestros ojos como un arte consumado, cuando el bailarín nos hechiza y arrastra con la diversidad de movimientos a un todo, que adquiere toda su belleza a través de una armonía total. El embrujo del baile japonés consiste en que el bailarín baila alrededor de un eje invisible e imposible de bailar en sí, pero que se convierte por el arte del movimiento en el centro, que da sentido a la vida, lo conserva y lo recupera se convierte en sí mismo en una vivencia. La grandeza del maestro en el arte de bailar aparece tanto en la fuerza de su capacidad para hacer sentir lo inamovible, como en la grandeza de la eflorescencia de movimientos que se permite alrededor del centro invisible.
Ellen Miffitt
Algo similar podemos encontrar en una de las ramas de la pintura (“Zenga”): en el arte del blanco y negro, procedente de la actitud del Zen. Un pájaro, pintado con breves trazos sobre una rama seca, que se extiende hacia el vacío; un pequeño bote, que se interna en las profundidades del mar; algunos tejados, que surgen de entre la niebla matutina o las siluetas de algunas cumbres, que hunden al atardecer, como si fueran el reflejo momentáneo de un espíritu que se sirve de ellas –todos estos serían los casos más a mano de un arte, que intenta en todo momento, y sobre todo en el lenguaje, hacer sentir la quietud creadora y redentora de esa vida, que es anterior a todas las formas, y que, estando en ellas, las sobrevive; un arte, que origina todo lo especial, al igual que el mar produce las olas, pero que vuelve a reunirlo en su unidad.
El mar sólo puede hacerse visible en la ola. Sus profundidades sin fondo se convierten en una vivencia, cuando la ola no se da importancia a sí misma y considera su existencia como algo proveniente del fondo y no como algo que se constituye por sí mismo. Esto mismo sucede con el hombre. "La razón de la forma está en manifestar lo informable, ya que sus manifestaciones, que sólo tienen la duración de un reflejo de espíritu, aparecen para volver a desaparecer". La forma en sí misma no es nada. Si manifiesta la plenitud del insondable fondo primitivo y lleva al espíritu ante la presencia de la verdad de la gran ley, entonces el yo refleja de manera impecable el gran orden de todo. Cuando nos vemos arrastrados así por una obra de arte al origen primitivo de la vida, nos vemos invadidos por la quietud, de la que parte todo lo vital.

La cultura de la quietud significa, por tanto, en el reino de las formas creadas: dejar hablar al gran vacío, dejar brillar a la gran oscuridad y aprender a ver al gran invisible. 

En resumen: hacer sentir el gran vacío y aprender a comprender al gran incomprensible. Es como si siempre estuviera aquí en juego la máxima undécima de Lao Tsé: “Treinta radios se encuentran en el cubo de la rueda, pero el vacío entre ellos es lo que da la esencia a la rueda. Las ollas está hechas del barro, pero el vacío en ellas es el que les da su esencia. Los muros con su puertas y ventanas forman la casa, pero sus espacios vacíos constituyen la esencia de la casa. En el fondo y como principio: lo material encierra su utilización y lo inmaterial constituye la sustancialidad.”
Agradecimiento y especial adaptación de: "La aplicación del Budismo" de Marco Antonio de la Rosa Ruiz Esparza.

lunes, 7 de enero de 2013

¿Qué ejercicio ha hecho o está haciendo?

En el carácter cultural japonés, la existencia de una relación más fuerte con el “camino” que con la “obra” queda fielmente reflejada en su concepto del “ejercicio”. Los occidentales, al hablar de ejercicio, pensamos ante todo en el desarrollo de una cierta capacidad, en una técnica para conseguir un rendimiento concreto. “Ejercicio” significa para el japonés, aun tratándose de conseguir un rendimiento concreto, el camino de la madurez interior. Esto llega a tal extremo que cuando tropieza a una persona madura inmediatamente le pregunta, ¿qué ejercicio ha hecho o está haciendo? El sentido del ejercitarse descansa primordialmente en occidente en el “rendimiento”, para el japonés en la “madurez”. Esto supone una advertencia general. Supone que ha llegado la hora de que los occidentales reconozcamos de nuevo o experimentemos por vez primera, la oportunidad de madurar, (que encierra todo ejercicio). Nuestra vida humana está surcada por actividades, más o menos automatizadas a base de ejercicio, que garantizan un rendimiento perfecto. De niños tuvimos que “ejercitar” el sentarnos, permanecer de pie y caminar hasta que lo “conseguimos”. Lo mismo sucedió con el hablar, el leer y el escribir. El hombre se ejercita a lo largo de su vida en todo tipo de cualidades y capacidades. Ejercita el deporte, y hace lo mismo con cualquier oficio o con cualquier tipo de arte.
"El saludo previo a la práctica, donde se toma conciencia del Ego y de la tensión que deberá liberarse para madurar"
Pero, ¿dónde encontramos entre nosotros un ejercicio relacionado no sólo con el rendimiento, sino también con la autorrealización del hombre, y esto no a posteriori, sino a priori? 
Una obra perfecta presupone un ejercicio. El ejercicio, partiendo de la base de una capacidad, lleva a la adquisición de una habilidad por medio de continuas repeticiones; se trata, pues, de una habilidad “no existente anteriormente”. Todo ejercicio encierra dos factores: una relación objetiva y otra subjetiva, un momento real y otro relativo, una modificación de nuestro mundo y una modificación del sujeto. Todo ejercicio tiende a un rendimiento concreto y objetivo y al prerrequisito de este rendimiento, la adquisición de una capacidad. Pero también puede buscarse el sentido del ejercicio no en el rendimiento concreto, sino en la formación de la capacidad correspondiente, y –yendo todavía más lejos- en la formación de una capacidad de tipo universal. Suele decirse que la finalidad de cualquier deporte no está en conseguir un rendimiento continuado, sino en la formación de las funciones corporales y espirituales, responsables de ese rendimiento. El ejercicio deportivo favorece en general al fortalecimiento corporal y espiritual de la persona. Al joven, que no quiere comprender para qué puede servirle el latín en su vida, se le dice que es un estupendo ejercicio “para pensar”. Como puede verse, el interés sigue centrado en el rendimiento, acentuándose más su parte subjetiva que la objetiva. Se trata de formar una “capacidad”, es decir, unas funciones con las que el hombre “tenga” más y “pueda” más. Pero el tener o poder más no significa que el hombre sea en sí más. Existe, no obstante, el ejercicio con vistas a cambiar la manera de ser el hombre. Este ejercicio va más allá de la simple formación de una capacidad. 
Error: Solo una oportunidad de mejora.
Todo ejercicio encierra en sí la posibilidad de elevar la contextura interior de toda la persona a un grado superior, que le facilita experiencias más elevadas y capacita para otro tipo de “actividades” y no sólo para un “rendimiento” mayor. Son las experiencias y actividades, que no evidencian la “posesión de ciertas capacidades”, sino la liberación y desarrollo de la manera de SER personal. El hombre siente en toda actividad desacostumbrada una tensión entre un yo voluntarioso, pero todavía inexperto y un objeto resistente. Sea cual fuere la clase de rendimiento, siempre que la persona consigue perfeccionar tras prolongado ejercicio una técnica, que le permite adquirir una cierta rutina, alcanza también el placer conferido por la soberanía del espíritu. Una soberanía, que supera todas las tensiones precedentes entre el yo y el objeto o la discrepancia entre la falta de capacidad y el rendimiento exigido. Debido a esas tensiones y discrepancias anteriores, el hombre vive la “solución” conseguida a base de ejercicio como una concordancia profundamente satisfactoria entre el sujeto y el objeto. La dicha que regala ese momento de armonía es la señal de un hecho de gran importancia. La ejecución de los actos ejercitados y finalmente automatizados funciona sin la interferencia de la tensión entre el yo y el objeto. Uno de los caminos para la vivencia de esa consonancia es el entrenamiento. La experiencia decisiva, que nos llega con la solución, está en comprobar que la armonía lleva consigo la desaparición de la tensión entre el yo y el objeto. Pero sólo “UNA TÉCNICA PERFECTAes capaz de hacer desaparecer esta tensión. No puede conseguirse esa consonancia perfecta, mientras el yo tenga todavía que “querer”. Esa maravillosa experiencia se alcanza cuando el “yo”,…deja de esforzarse y el objeto del rendimiento deja de ser una posición contraria. La automatización técnica posibilita la experiencia de la consonancia, pero el hombre, que está (preocupado por el rendimiento), no se detiene ante el profundo significado y el placer que proporciona esta consonancia. El hecho de que esa profunda armonía de la vida dependa de la ejecución desinteresada de todas las actividades, es una experiencia de un significado insondable. Es aquí donde surge la profundidad característica de toda vida, en la que cada acontecimiento singular participa al mismo tiempo de la gran unidad de la vida. El hombre, que se esforzaba al principio como yo, pasa, olvidando su propio yo, por encima de las fronteras de su ensimismamiento y puede alcanzar el placer de una armonía cósmica y experimentar en grado elevado la unidad de la vida que “oculta su propio yo”. El desarrollo de esta experiencia desde sus inicios hasta su fortalecimiento como actitud espiritual equivale a un largo camino.
Es el camino de todos los ejercicios japoneses, 
cuyo denominador común es la madurez de la persona. 
Para el japonés el carácter de rendimiento de los ejercicios pasa a un segundo plano, mientras que el occidental no pierde de vista, por lo general, ese rendimiento o las capacidades y habilidades necesarias para el mismo. La oportunidad que encierra la automatización técnica para experimentar esa armonía, gana por el contrario en importancia. - Los occidentales presentimos una amenaza de los valores personales en la automatización técnica, que reduce al mínimo la actividad espontánea del yo y de la voluntad, por ejemplo, en la moderna mecanización del proceso laboral. - El japonés en cambio reconoce y acepta esa oportunidad de la automatización para poder experimentar la armonía y la asienta y consolida por medio de continuos ejercicios en una actitud espiritual, que da un sentido (sentido de la vida); total a su vida personal. (Sistema Toyota). En la medida en que el hombre rompe el cerco al que está sometida la unidad de la vida por la tensión yo-objeto, en esa misma medida adquiere el goce resultante de esa unidad libre, vivida conscientemente a través de la experiencia de la armonía, y puede conservar esa misma unidad –como un “órganotransparente de la vida– en un rendimiento más acabado. Para el japonés uno de los caminos de la madurez pasa por el ejercicio, causa y origen de esa transformación. El antagonismo entre lo solo “subjetivo” y lo “objetivo” pierde todo su peso, cuando la transformación del yo personal en órgano de la gran unidad da a la vida todo su sentido. Cualquier “objeto” puede convertirse entonces en objeto de “ejercicio”, es decir, en ocasión y motivo de la “encarnación”. Un japonés, lleno de edad y sabiduría me dijo (nos cuenta el conde Dürckheim) en cierta ocasión: “Para que una cosa adquiera relevancia religiosa, sólo necesita ser sencilla y repetible”. ¡Sencilla y repetible! Toda nuestra vida cotidiana está llena de cosas sencillas y repetibles. Pero para el japonés, ellas se convierten en oportunidades de experimentar lo “auténtico y verdadero”. Adquiere de nuevo conciencia de sus automatismos inconscientes, y los convierte en objeto del “ejercicio para la experimentación de la armonía” y también del ejercicio de un estado del propio yo, en el que ésta experiencia de la armonía y su custodia pasan a ser el “leimotiv” de toda su vida. Las cosas más normales del mundo son para el japonés objeto de ejercicio propio: andar, permancecer en pie, sentarse, respirar, comer y beber, escribir, hablar y cantar. Todas las artes marciales: el tiro, la esgrima, la lucha, una vez liberadas de su sentido material de vencer al enemigo, se convierten en una oportunidad de conseguir una disposición espiritual, en la que el hombre maduro “vence sin luchar”, porque “mantiene fuera del juego” por un lado el rendimiento perfecto y deja por otro de considerar a un contrincante como un “objeto”. El alumno prosigue su esfuerzo con interminables repeticiones en las artes de pintar, de colocar flores, de cantar, de contar narraciones, en la forja de la espada y el la pintura de cerámica. Pero sabe que sólo puede conseguirlo, cuando el hombre, muerto a sí mimo y convertido en órgano de la vida, actúa desde la gran unidad, que comienza a florecer en el lenguaje de la naciente imagen interior y en la figura viviente de las creaciones humanas. Sólo así puede entenderse al japonés cuando dice: “Tirar con el arco y bailar, colocar flores y hacer esgrima, pintar o luchar, beber té o cantar –en el fondo todo es lo mismo”
Ahora bien, si te levantas con orgullo, no sirve, si te levantas sin pensar en  el resultado,  ahí está el camino.
 Todo el que comienza a practicar artes marciales, confunde en esta frase muy japonesa (Nana Korobi Ya Oki); lo que quiere expresar, ya que solo puede verla desde la perspectiva del rendimiento. Pero desde el ángulo de la autorrealización, entendida como “madurez” y vista como ejemplo de expresión de la vida superior en esa otra vida breve, la frase es de una evidencia total. 

Este artículo, se basa en al experiencia real sobre las artes marciales, suma la integridad y claridad de Marco Antonio Ruiz Esparza, y si piensas que puede cambiar tu vida, comienza a hacer lo que haces con este nuevo enfoque, podrás mejorar la calidad de vida de otros y la tuya. @KIAI_DO