Este principio nos enfrenta con ciertas maneras de proceder en la vida. Hay ocasiones en que tendemos a “dejarle todo a Dios”, cruzándonos de brazos; o bien, adoptamos actitudes voluntariosas con las que intentamos atribuirnos todo, por méritos, esfuerzos. Sin embargo, el sentido de esta máxima ignaciana nos ubica, por una parte, desde nuestra responsabilidad histórica, para poner todo lo que está de nuestra parte, sabiendo que en última instancia las cosas más valiosas de la vida son gratuitas.
Dios no nos suplanta sino que actúa a través de nosotros. Actúa como si todo dependiera de ti, confía como si todo dependiera de Dios: principio ignaciano que nos remite a lo que alguna vez dijo Ernst Bloch: “Sean ustedes hombres, y Dios será Dios”.
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