Por eso los grandes maestros nunca explican lo que saben, y un alumno debe llegar a su más alto grado posibilidades por su sola intuición interior; debe actuar mucho más con el espíritu que con las manos, y presentir lo que esta de acuerdo con la armonía universal de las cosas.
El que se convierte en maestro, capta esta armonía como una especie de música inherente a su ser.
Por eso, un gran maestro no puede nunca librar un combate con sentimientos de rabia o de odio; debe estar incluso por encima del deseo de ganar o del miedo a morir, y su estado interior debe ser, pase lo que pase, como agua en calma...
La espada que corta rompe la desarmonía que hay ante él, y el propio maestro no ha matado a nadie; es el adversario quien se ha hendido con su espada.
El objetivo del entrenamiento es precisamente inducir al alumno a ese estado de no-resistencia mental, que se transforma en una especie de apercepción. Se borra de tal modo la pantalla que el cálculo y las reacciones mentales habituales forma junto con el temor o el simple instinto de conservación, y hasta tal punto es inmediata e intuitiva la sensación de lo que va a suceder, que la respuesta sale en un instante.