Frente a un mundo de eterna dualidad, el hombre occidental mira hacia Asia en espera de una respuesta que satisfaga su sed, no sólo de conocimiento real, sino de calma y de serenidad interior, ese extraño estado que, aparentemente, sigue siendo patrimonio de los grandes sabios de Oriente.
Hace algún tiempo, un periodista entrevistaba a un antiguo sacerdote europeo que durante más de treinta años había sido misionero en la India. Este hombre singular, promotor de grandes obras humanitarias en beneficio del pueblo indio, era también un profundo conocedor de la historia y la mística de los adeptos brahamanes y amante de la filosofía de oriente. El periodista, ávido de sensaciones, pregunto al humilde genio: “¿Que prefiere usted más, Europa o Asia?”. La insólita respuesta, que posiblemente dejara perplejo al profanador de templos, no se hizo esperar: “Cuando cierro los ojos, es Oriente; cuando los abro, es Occidente…”Esta magistral declaración llevaba implícita una sobrecogedora y profunda enseñanza. En efecto, al igual que en las perlas, la parte más pura de un hombre es su oriente. Ese mundo interior es la dirección que inexorablemente es preciso tomar en un determinado en el estudio de cualquier ciencia, arte o filosofía. El secreto sigue siendo la entrada en sí mismo.
El meditante muere dos veces al día, nos dice la tradición sufí. El artista, el místico, el filósofo o el adepto de las artes marciales-un poco de todo ello- debe esforzarse en saber morir a cada momento de su existencia, fundirse en cada gesto, proyectarse en cada flecha o cortarse a sí mismo en cada tajo del sable. Encontrar en su propio interior la fuente única del verdadero conocimiento trascendental y la inspiración. Esta es la ley básica del verdadero progreso y la enseñanza mil veces repetida y jamás del todo comprendida de los grandes maestros de la vida. La lucha exterior es siempre la consecuencia visible de la propia guerra interior, la eterna batalla del alma por la conquista de sí misma.
Las Artes Marciales, a condición de ser estudiadas dentro de un marco espiritual, aparecen como técnicas de una extraña eficacia en la búsqueda del equilibrio y la paz interior. El lector no iniciado en la práctica de esta ciencia milenaria de la evolución, se preguntará con toda justicia cómo se puede llegar a la paz a través de la violencia. Por respuesta, evocaríamos el antiguo principio paracélsico de la medicina homeopática: similia similibus curantur! Lo similar se cura con lo similar.
Nota de redacción: La "ley de similitud" de Hahnemann. La teoría de la homeopatía sostiene que los mismos síntomas que provoca una sustancia tóxica en una persona sana pueden ser curados por un remedio preparado con la misma sustancia tóxica, siguiendo el principio enunciado como similia similibus curantur (‘lo similar se cura con lo similar’). A este axioma se le denomina "ley de similitud".
El concepto homeopático de enfermedad difiere del de la medicina convencional: considera que la raíz del mal es espiritual (energético) en vez de física, y que el malestar se manifiesta primero con síntomas emocionales (como ansiedad y aversiones), pasando a ser, si no se tratan a tiempo, síntomas mentales, conductuales y por último físicos. Como resume G. Weissmann, para Hahnemann la enfermedad no es causada por ningún agente físico discreto, sino por la falta de armonía con la fuerza vital.
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